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me volví, como el niño que se acoge
siempre en aquella en que más se confía; 3
y aquélla, como madre que socorre
rápido al hijo pálido y ansioso
con esa voz que suele confortarlo, 6
dijo: «¿No sabes que estás en el cielo?
y ¿no sabes que el cielo es todo él santo,
y de buen celo viene lo que hacemos? 9
Cómo te habría el canto trastornado, 10
y mi sonrisa, puedes ver ahora,
puesto que tanto el gritar te conmueve; 12
y si hubieses su ruego comprendido, 13
en él conocerías la venganza
que podrás ver aún antes de que mueras. 15
La espada de aquí arriba ni deprisa 16
ni tarde corta, y sólo lo parece
a quien teme o desea su llegada. 18
Mas dirígete ahora hacia otro lado;
que verás muchas almas excelentes,
si vuelves la mirada como digo.» 21
Como ella me indicó, volví los ojos,
y vi cien esferitas, que se hacían
aún más hermosas con sus mutuos rayos. 24
Yo estaba como aquel que se reprime
la punta del deseo, y no se atreve
a preguntar, porque teme excederse; 27
y la mayor y la más encendida
de aquellas perlas vino hacia adelante,
para dejar satisfechas mis ganas. 30
Dentro de ella escuché luego: «Si vieses 31
la caridad que entre nosotras arde,
lo que piensas habrías expresado. 33
Mas para que, esperando, no demores
el alto fin, habré de responderte
al pensamiento sólo que así guardas. 36
El monte en cuya falda está Cassino 37
estuvo ya en su cima frecuentado
por la gente engañada y mal dispuesta; 39
y yo soy quien primero llevó arriba
el nombre de quien trajo hasta la tierra
esta verdad que tanto nos ensalza; 42
y brilló tanta gracia sobre mí,
que retraje a los pueblos circundantes
del culto impío que sedujo al mundo. 45
Los otros fuegos fueron todos hombres
contemplativos, de ese ardor quemados
del que flores y frutos santos nacen. 48
Está Macario aquí, y está Romualdo, 49
y aquí están mis hermanos que en los claustros
detuvieron sus almas sosegadas. 51
Y yo a él: «El afecto que al hablarme
demuestras y el benévolo semblante
que en todos vuestros fuegos veo y noto, 54
de igual modo acrecientan mi confianza,
como hace al sol la rosa cuando se abre
tanto como permite su potenc ia. 57
Te ruego pues, y tú, padre, concédeme
si merezco gracia semejante,
que pueda ver tu imagen descubierta.» 60
Y aquél: «Hermano, tu alto deseo 61
ha de cumplirse allí en la última esfera,
donde se cumplirán todos y el mío. 63
Allí perfectos, maduros y enteros
son los deseos todos; sólo en ella
cada parte está siempre donde estaba, 66
pues no tiene lugar, ni tiene polos,
y hasta aquella conduce esta escalera,
por lo cual se te borra de la vista. 69
Hasta allá arriba contempló el patriarca
Jacob que ella alcanzaba con su extremo,
cuando la vio de ángeles colmada. 72
Mas, por subirla, nadie aparta ahora 73
de la tierra los pies, y se ha quedado
mi regla para gasto de papel. 75
Los muros que eran antes abadías
espeluncas se han hecho, y las cogullas
de mala harina son talegos llenos. 78
Pero la usura tanto no se alza 79
contra el placer de Dios, cuanto aquel fruto
que hace tan loco el pecho de los monjes; 81
que aquello que la Iglesia guarda, todo
es de la gente que por Dios lo pierde;
no de parientes ni otros más indignos. 84
Es tan blanda la carne en los mortales,
que allá abajo no basta un buen principio
para que den bellotas las encinas. 87
Sin el oro y la plata empezó Pedro,
y con ayunos yo y con oraciones,
y su orden Francisco humildemente; 90
y si el principio ves de cada uno,
y miras luego el sitio al que han llegado,
podrás ver que del blanco han hecho negro. 93
En verdad el Jordán retrocediendo, 94
más fue, y el mar huyendo, al Dios mandarlo,
admirable de ver, que aquí el remedio.» 96
Así me dijo, y luego fue a reunirse
con su grupo, y el grupo se juntó;
después, como un turbión, voló hacia arriba. 99
Mi dulce dama me impulsó tras ellos
por la escalera sólo con un gesto,
venciendo su virtud a mi natura; 102
y nunca aquí donde se baja y sube
por medios naturales, hubo un vuelo
tan raudo que a mis alas se igualase. 105
Así vuelva, lector, a aquel devoto
triunfo por el cual lloro con frecuencia
mis pecados y el pecho me golpeo, 108
puesto y quitado en tanto tú no habrías
del fuego el dedo, en cuanto vi aquel signo
que al Toro sigue y dentro de él estuve. 111
Oh gloriosas estrellas, luz preñada
de gran poder, al cual yo reconozco
todo, cual sea, que mi ingenio debo, 114
nacía y se escondía con vosotras
de la vida mortal el padre, cuando
sentí primero el aire de Toscana; 117
y luego, al otorgarme la merced
de entrar en la alta esfera en que girais,
vuestra misma region me cupo en suerte. 120
Con devoción mi alma ahora os suspira,
para adquirir la fuerza suficiente
en este fuerte paso que la espera. 123
«Ya de la salvación están tan cerca
-me dijo Beatriz-- que deberías
tener los ojos claros y aguzados; 126
por lo tanto, antes que tú más te enelles,
vuelve hacia abajo, y mira cuántos mundos
debajo de tus pies ya he colocado; 129
tal que tu corazón, gozoso cuanto
pueda, ante las legiones se presente
que alegres van por el redondo éter.» 132
Recorrí con la vista aquellas siete
esferas, y este globo vi en tal forma
que su vil apariencia me dio risa; 135
y por mejor el parecer apruebo 136
que lo tiene por menos; y el que piensa
en el otro, de cierto es virtuoso. 138
Vi encendida a la hija de Latona 139
sin esa sombra que me dio motivo
de que rara o que densa la creyera. 141
El rostro de tu hijo, Hiperïón, 142
aquí afronté, y vi cómo se mueven,
cerca y en su redor Maya y Dïone. 144
Y se me apareció el templar de Júpiter 145
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