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hilada de petardos en la traca de una fiesta mayor, la fiesta patronal del Al-
mirante.
 Mi único y último testamento es el siguiente...  el humo y el olor
de la pólvora empezaron a llenar la habitación haciendo toser a los
presentes . Item primero: Mando que se desmanden todas las mandas
anteriores que pudieran existir en cualquier parte del mundo y en poder de
cualquier albacea, salvo del Albacea inmortal y todopoderoso, que es Dios
mismo. Item segundo: Renuncio a todos los títulos, privilegios y honores
que me han sido otorgados, dejados en suspenso o retirados; renuncia que la
muerte inminente de mi persona física hace indeclinable y absoluta. Item
tercero: Mando que todas las tierras y posesiones que se me han atribuido en
recompensa de un descubrimiento que no ha sido hecho por mí, y de una
conquista que yo he comenzado y que va contra todas las leyes de Dios y de
los hombres, sean devueltas a sus propietarios genuinos y originarios
(respéteseme el pleonasmo, que no es tal, señor escribano). Esto se hará por
mediación del Consejo de Indias y de sus legítimas autoridades con el
refrendo de la Corona española. Los grandes daños y el holocausto de más
de cien millones de indios deben ser reparados material y espiritualmente en
sus descendientes y sobrevivientes. Item cuarto: En la imposibilidad física
de estampar en este documento mi firma legal y religiosa de Christo Ferens
(ya no soy el Portador de Cristo sino el abandonado por Cristo), dejo
impresas sobre él las señas de las yemas de mis dedos con el zumo de mis
ojos. Sea firmado este documento por las testigos aquí presentes, y
registrado en los tribunales y juzgados competentes de las Españas y las
Yndias para su inmediata ejecución y hasta su total cumplimiento...
Con la ayuda del Ama y la Sobrina untó los dedos en la humedad
sanguinosa que manaba de sus ojos y los imprimió al pie de ese pergamino,
postrero título de la definitiva desposesión que él se otorgaba a sí y a sus
herederos. Un último petardo estalló. La íngrima silueta del Almirante fue
desvaneciéndose en la humareda cada vez más densa, hasta que no se le vio
más.
El Ama y la Sobrina, sollozando, al unísono dijeron:
 Ya no está aquí....
Reconocimientos
A Josefina Plá, el más alto valor de las letras hispánicas en la
América actual; que ha sabido unir a lo largo de su vida austera y fecunda
su amor y lealtad por su tierra española con su adopción del dolor
paraguayo y convertirse en el vínculo ejemplar de la vida cultural de los
dos pueblos.
A mis antiguos y queridos amigos Eva y Carlos Abente que
conservaron por más de cuarenta años el bosquejo inicial y las notas de
esta novela junto con algunos otros papeles y libros. En Buenos Aires, en
1947, cuando el gran éxodo paraguayo comenzaba, Carlos Federico,
médico y benefactor de ese pueblo en peregrinación, me salvó la vida y
salvó estos papeles, dones por los cuales no sé si se le debe agradecer o
reprochar.
El largo destierro o trastierro forzoso  pese a los insignes ejemplos
en contrario no es fértil ni saludable para los ingenios menores; perder la
lengua en el extranjero tiende más vale a distorsionar la vida de un ser
humano corriente y común, su visión del mundo, su noción de la historia de
una tierra, que  como lo dijo transidamente el poeta Luis Cernuda «a su
imagen lo hizo para de sí arrojarlo».
La polémica encendida en torno al V Centenario de la empresa
descubridora, que a todos nos concierne, me animó a tomar parte en ella de
la única manera en que puedo hacerlo: en mi condición y dentro de mis
limitaciones de escritor, de hombre común y corriente, de latinoamericano
de «dos mundos». Retomé los viejos apuntes, me sumergí en la vigilia ima-
ginada del Almirante hacía más de cuarenta años, y traté de narrarla como
mejor pude, desde mi punto de vista perso nal, en la «omnubilación en
marcha que es la historia», como bien la califico' el escéptico Ciorán.
Torrencialmente la fuente seca fluyó y en menos de tres meses quedó'
terminada la obra que aquí entrego despúes de diecisiete años de silencio
novelístico.
Agradezco sincera y muy especialmente a los eminentes historiadores
Francisco Morales Padrón, Consuelo Varela, Juan Gil y a Juan Manzano
Manzano (cuyo libro Colón y su secreto me confirmo' lúcida y
visionariamente la existencia real del predescubridor Alonso Sánchez,
verdadero coprotagonista de esta Vigilia); expreso mi gratitud al profesor y
legislador italiano Paolo Emilio Taviani. Sin todos ellos y una larga lista de
estudiosos de la historia colombina, que no cito (citar es omitir, decía
Borges), esta historia fingida no hubiese podido ser imaginada ni escrita.
No deseo dejar de mencionar en este capítulo de mis gratitudes a mi
talentosa amiga mexicana, la escritora y ensayista Margo Glantz, en cuyos
textos, acaso los más perfectos que se escriben hoy en América, he
encontrado simetrías e isotopías históricas de gran valor simbólico para
mí; a Miguel Cereceda, por su lección de ajedrez sobre el enigma de la Rei-
na alférez en tiempos de Alfonso el Sabio; a Mónica FernándezAceytuno,
quien, en una conversación radial para la cadena SER, acerca de la
tiniebla blanca del mediodía, la sombra, el calor y el amor, me obsequio' el
bello mito del árbol cuyas raíces florecen subterráneamente y cuya copa
inexistente brinda al caminante su perfumada sombra.
A. R. B.
Toulouse (Francia)
Mayo - julio, 1992
Vigilia del Almirante: la historia no
oficial "Quiere este texto recuperar la
carnadura del hombre común,
oscuramente genial, que produjo sin
saberlo, sin proponérselo, sin presentirlo
siquiera, el mayor acontecimiento
cosmográfico y cultural registrado en
dos milenios de historia de la
humanidad. Este hombre enigmático,
tozudo, desmemoriado para todo lo que
no fuera su obsesión, nos dejó su
ausencia, su olvido. La historia le robó
su nombre. Necesitóquinientos años
para nacer como mito."
Escrita desde el lado del nuevo
mundo descubierto por Colón, Vigilia del
Almirante  obra en la que Augusto Roa
Bastos mezcla de manera magistral el
humor y la aventura con una honda
reflexión sobre la vida del Almirante [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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