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motivo de la visita.
 Urgente y especial  contestó Valti. El casco que llevaba deformaba su acento .
Venimos para llevarnos cierto objeto de estudio en secreto y para conducirlo a un lugar
más seguro. He aquí nuestros documentos.
Uno de los guardias sacó una especie de mesa llena de instrumentos. La autorización
fue examinada microscópicamente; Langley dedujo que los documentos del Tecnicado
tendrían algún invisible número cifrado que sería cambiado diariamente al azar. Varios
hombres fijaron la vista en los pápeles y los compararon con algo que tenían registrado.
Luego el efe de los centinelas asintió.
 Muy bien, señor. ¿Necesitan ayuda?
 Sí  repuso Valti . Haga venir un camión cerrado de la policía. Saldremos pronto. Y
no deje entrar o salir a nadie hasta que nos hayamos ido.
Langley pensó en los cañones automáticos escondidos dentro de las paredes. Pero la
puerta se dilató para dejarle pasar y siguió a Valti por el pasillo. Pasaron por delante de
varias estancias pequeñas, pero el personal en ellas no interfirió; luego tuvieron que
detenerse en un segundo punto de inspección. Después de eso entraron en la prisión de
Saris; los papeles les señalaron su emplazamiento.
El holatano estaba acostado en un diván tras las rejas. El resto de la cámara era una
enigmática selva de equipo de laboratorio. Había centinelas con armas mecánicas y
electrónicas y un par de técnicos trabajaban en una mesa. Tuvieron que llamar a sus jefes
para otra discusión antes de que soltaran al cautivo.
Langley se había acercado a la celda. Saris no hizo el menor signo de haberle
reconocido.
 Hola  dijo con suavidad el americano en inglés . ¿Estás bien?
 Sí. Hasta ahora se me han hecho medidas eléctricas y de otra clase. Pero es penoso
estar enjaulado.
 ¿Te han enseñado su idioma?
 Sí. Muy bien, mejor que el inglés.
Langley se sintió débil de alivio. Todo su precario plan había dependido de esta
presunción y de la sorprendente habilidad lingüística del holatano.
 He venido a sacarte de aquí  dijo . Pero costará un poco. Tendrás que cooperar y
arriesgar el pellejo.
 ¿Mi vida?  había amargura en el tono de la respuesta . ¿Es eso todo? Pues...
ahora no es mucho.
 Marín conoce los hechos y cual es mi plan, ahora se te dirá. Pero seremos tres
contra todos los demás.
Rápidamente el hombre le explicó lo que sabía y el plan elaborado.
Los dorados ojos destellaron con una luz fiera y rápida y sus músculos se contrajeron
por debajo de la piel. Pero dijo sólo:
 Está bien. Lo probaremos así.
El tono de voz sólo demostraba aburrimiento y desesperanza.
Valti impuso su criterio al supervisor. Una larga caja metálica con diversos agujeros
para respirar fue introducida mediante una suspensión aérea antigravitacional. Saris se
metió en ella al salir de la celda y la tapa se cerró sobre él.
 ¿Nos vamos, Milord?  preguntó Valti.
 Sí  respondió el americano . Todo está ya ultimado.
Varios hombres empujaron la flotante caja por los pasillos. Incluso sin peso la inercia
del objeto era considerable y poner en marcha la unidad autopropulsora podría hacer
sonar a las alarmas automáticas. Cuando llegaron a la terraza, una gran nave ligera de
color negro les esperaba. El recipiente de Saris se colocó en la parte trasera, los hombres
se amontonaron en la cabina y Valti la puso en marcha hacia la embajada centauriana.
Langley dudó en poner ahora en práctica su plan antes da que entraran en contacto
con el siguiente enemigo. ¿Dejar de lado por completo a Brannoch? No. No había tiempo.
Y Saris estaba casi impotente bajo una cerradura mecánica. Langley se mordió el labio y
esperó.
El vehículo-camión volador se detuvo cerca de la torre de la embajada de la que la Liga
poseía el tercio superior para apartamentos y oficinas. Valti condujo a la entrada a la
mitad de su grupo. De nuevo tuvo que sacar documentos y sufrir una nueva inspección;
Chanthavar mantenía el lugar bien vigilado. Esta vez sus órdenes aparentes eran llevarse
cierto personal clave centauriano; dejó sospechar que era un viaje de ida sólo y el jefe de
la guardia sonrió.
 Haga que entren la caja  le recordó Langley.
 ¿Qué?  preguntó asombrado Valti . ¿Por qué Milord?
 Pueden intentar algo a la desesperada. Ya sabe. Eso les sorprenderá. Mejor es estar
preparados.
 Pero el... mecanismo... funcionará adecuadamente, milord.
 Seguro. Lo he revisado.
Valti osciló indeciso y Langley sintió que el sudor le humedecía las palmas de las
manos. ¡Si el comerciante decía que no...!
 Está bien, Milord. Puede que sea una buena idea.
La caja entró oscilando por una puerta abierta. No se veía a nadie; los peces pequeños
probablemente estarían durmiendo en sus propias habitaciones. La puerta particular de
Brannoch quedaba delante, se abrió al acercarse y el thoriano asomó a ella su enorme
mole.
 ¿Qué es esto?  preguntó con frialdad. Su corpachón se contraía debajo del pijama
llamativo, que vestía, como si se preparase para un desesperado salto final hacia sus
armas . Yo no le invité.
Valti se echó atrás el casco.
 Puede que usted no lamente una visita, milord  dijo.
 ¡Ah!, ¿usted? Y también Langley, y... entre  el gigante les condujo a su sala de
estar . ¿Qué pasa ahora?
Valti se lo explicó. La alegría del triunfo hacía que el rostro de Brannoch pareciera
inhumano.
Langley permaneció junto al ataúd metálico flotante. No podía hablar a Saris, no podía
prevenirlo de nada ni decirle ahora. El holatano yacía a ciegas en una oscuridad de hierro.
Sólo sus sentidos y sus facultades mentales podían llegar más allá de su cárcel.
 ¿Lo habéis oído, Thrymicanos?  gritó Brannoch . ¡Vamos! Llamaré a los hombres.
 ¡No!
Brannoch se detuvo en mitad de su movimiento.
 ¿Qué pasa?
 No los llames  dijo la voz artificial . Nos lo esperábamos. Ya sabemos lo que
hacer. Te irás con ellos solo; te seguiremos pronto en nuestro vehículo.
 ¿Qué diablos espaciales...?
 ¡De prisa! Hay en juego más de lo que te supones. Chanthavar puede venir en
cualquier instante y nos queda mucho que hacer todavía.
Brannoch dudaba. Si se le daba un momento para pensar recordaría las habilidades de
Saris, advertiría el súbito ligero cambio en el acento de sus thrymanos. Pero acababa de
levantarse de dormir, aún estaba con el sueño pegado a los párpados, estaba
acostumbrado a obedecer las ordenes de los Monstruos...
Valti le empujó. El alivio se hizo evidente en su florida palabrería.
 Tiene razón, milord. Sería diabólicamente difícil sacar ese tanque enorme sin
despertar sospechas, llevaría minutos convocar a los hombres. ¡Vámonos!
Brannoch asintió, se puso un par de zapatos y salió por la puerta entre sus supuestos
guardianes. Langley dirigió una mirada de reojo a Marin, el rostro de la muchacha estaba
blanco por la tensión. Espero que el alocado tronar de su corazón no fuera audible.
Hasta ahora, todo bien. Detenerse en la embajada era inevitable, pero la oposición [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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