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atrevería a decir que no por querer salvarse escogerá el conocimiento el que lo siga por la divina ciencia
misma: el conocer tiende, mediante el ejercicio, al siempre conocer; pero el conocer siempre, hecho esencia
del conocimiento por continua mezcla y hecho contemplación eterna queda sustancia viva; y si alguien por
su posición propusiese al intelectual qué prefería, o el conocimiento de Dios o la salvación eterna, y se
pudieran dar estas cosas separadas, siendo como son, más bien una sola, sin vacilar escogería el
conocimiento de Dios». ¡Que Él, que Dios mismo, a quien anhelamos gozar y poseer eternamente, nos
libre de este gnosticismo o intelectualismo clementino!
¿Por qué quiero saber de dónde vengo y adónde voy, de dónde viene y adónde va lo que me rodea, y qué
significa todo esto? Porque no quiero morirme del todo, y quiero saber si he de morirme o no
definitivamente. Y si no muero, ¿qué será de mí?; y si muero, ya nada tiene sentido. Y hay tres soluciones:
a) o sé que me muero del todo y entonces la desesperación irremediable, o b) sé que no muero del todo, y
entonces la resignación, o c) no puedo saber ni una cosa ni otra cosa, y entonces la resignación en la
desesperación o esta en aquella, una resignación desesperada, o una desesperación resignada, y la lucha.
«Lo mejor es -dirá algún lector- dejarse de lo que no se puede conocer.» ¿Es ello posible? En su
hermosísimo poema El sabio antiguo (The ancient sage), decía Tennyson: «No puedes probar lo inefable
(The Nameless), ¡oh hijo mío, ni puedes probar el mundo en que te mueves; no puedes probar que eres
cuerpo sólo, ni puedes probar que eres sólo espíritu, ni que eres ambos en uno; no puedes probar que eres
inmortal, ni tampoco que eres mortal; sí, hijo mío, no puedes probar que yo, que contigo hablo, no eres tú
que hablas contigo mismo, porque nada digno de probarse puede ser probado ni des-probado, por lo cual sé
prudente, agárrate siempre a la parte más soleada de la duda y trepa a la Fe allende las formas de la Fe!» Sí,
acaso, como dice el sabio, nada digno de probarse puede ser probado ni des-probado.
for nothing worthy proving can be proven,
nor yet disproven;
¿Pero podemos contener a ese instinto que lleva al hombre a querer conocer y sobre todo a querer
conocer aquello que a vivir, y a vivir siempre, conduzca? A vivir siempre, no a conocer siempre como el
gnóstico alejandrino. Porque vivir es una cosa y conocer otra, y como veremos, acaso hay entre ellas una
tal oposición que podamos decir que todo lo vital es antirracional, no ya sólo irracional, y todo lo racional,
antivital. Y esta es la base del sentimiento trágico de la vida.
Lo malo del discurso del método de Descartes no es la duda previa metódica; no que empezara queriendo
dudar de todo, lo cual no es más que un mero artificio; es que quiso empezar prescindiendo de sí mismo,
del Descartes, del hombre real, de carne y hueso, del que no quiere morirse, para ser un mero pensador,
esto es, una abstracción. Pero el hombre real volvió y se le metió en la filosofía.
«Le bon sens est la chose du monde la mieux partagée.» Así comienza el Discurso del Método, y
ese buen sentido le salvó. Y sigue hablando de sí mismo, del hombre Descartes, diciéndonos, entre otras
cosas, que estimaba mucho la elocuencia y estaba enamorado de la poesía; que se complacía sobre todo en
las matemáticas, a causa de la certeza y evidencia de sus razones, y que veneraba nuestra teología, y
pretendía, tanto como cualquier otro, ganar en el cielo, et prétendais autant qu'aucun autre á gagner le
ciel. Y esta pretensión, por lo demás creo que muy laudable, y sobre todo muy natural, fue la que le
impidió sacar todas las consecuencias de la duda metódica. El hombre Descartes pretendía, tanto como otro
cualquiera, ganar el cielo; «pero habiendo sabido, como cosa muy segura, que no está su camino menos
abierto a los más ignorantes que a los más doctos, y que las verdades reveladas que a él llevan están por en-
cima de nuestra inteligencia, no me hubiera atrevido a someterlas a la flaqueza de mi razonamiento y pensé
que para emprender el examinarlos y lograrlo era menester tener alguna extraordinaria asistencia del cielo
y ser más que hombre». Y aquí está el hombre. Aquí está el hombre que no se sentía, a Dios gracias, en
condición que le obligase a hacer de la ciencia un oficio -métier- para alivio de su fortuna, y que no se
hacía una profesión de despreciar, en cínico, la gloria. Y luego nos cuenta cómo tuvo que detenerse en
Alemania, y encerrado en una estufa, poele, empezó a filosofar su método. En Alemania, ¡pero encerrado
en una estufa! Y así es, un discurso de estufa, y de estufa alemana, aunque el filósofo en ella encerrado
haya sido un francés que se proponía ganar el cielo.
Y llega al cogito ergo sum, que ya san Agustín preludiara; pero el ego implícito en este entimema ego
cogito, ergo ego sum, es un ego, un yo irreal, o sea ideal, y su sum, su existencia, algo irreal también,
«pienso luego soy», no puedo querer decir sino «pienso, luego soy pensante»; ese ser del soy que se deriva
de pienso no es más que un conocer; ese ser es conocimiento, mas no vida. Y lo primitivo no es que pienso,
sino que vivo, porque también viven los que no piensan. Aunque ese vivir no sea un vivir verdadero. ¡Qué
de contradicciones, Dios mío, cuando queremos casar la vida y la razón!
La verdad es sum, ergo cogito: soy, luego pienso, aunque no todo lo que es piense. La conciencia de
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