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del frente desertaba de sus posiciones para retirarse a un feudo privado y continuar la
campaña como francotiradores cuando no disparaban contra sus antiguos camaradas de
armas. Como a los diez días de ofensiva la junta no supo tomar una decisión -ni siquiera la
de abandonar Región- la defensa se mantuvo y continuó en todos los puntos sin otro plan
que el que cada cual, en su frente, supo arbitrar al dictado de su juicio. El grupo de Asián,
Mazón y el viejo Constantino, partidarios de abandonar Región y de lograr en lo posible una
rendición negociada, logró en cierto modo conservar la disciplina de la amistad y mantener
durante toda la campaña una línea de conducía unánime, ahorrativa y lógica aunque dictada
por ciertos sentimientos derrotistas. La negociación se hizo imposible -e inútiles todos sus
esfuerzos y sacrificios- por la intransigencia de otros grupos que, engañados por su fuerza y
por su credo, enarbolaron la insignia de la resistencia a ultranza sin pararse a pensar en su
famosa invencibilidad. Todavía en aquellos días finales del año el mayor obstáculo para
abandonar Región no lo constituían ni las cabezas de puente de los insurgentes ni su
desordenado e imprevisible cañoneo, ni los ataques de la aviación que con sólo dos actos de
presencia para ametrallar una carretera apiñada de evacuados hizo cundir el pánico, sino las
fuerzas de Julián Fernández que, apostadas en todas las salidas y encrucijadas, más
dispuestas parecían a celar la observancia a las consignas de sus jefes que a defenderse de la
común agresión.
El 27 por la noche, obedeciendo las instrucciones de un enlace despachado desde Región,
los trescientos hombres de la columna de Mazón -al socaire del bombardeo- abandonaron
sus puestos en la explanada y, divididos en pequeños grupos y siguiendo senderos
diferentes, iniciaron su marcha hacia la Sierra para agruparse de nuevo a unos veinte
kilómetros aguas arriba de El Puente, al objeto de franquear y asegurar un camino hacia la
montaña que pudiera permanecer expedito para los fugitivos políticos de Región. Rodeados
éstos de la hostilidad de todos los elementos de la 42 no contaban sino con la protección de
una menguada guardia personal, alojada en el mismo edificio del Comité, y el más que
dudoso apoyo de la gente de Asián que, con la ayuda de los alemanes, defendía en el sector
de Bocentellas el acceso directo a Región por la margen izquierda, frente al grueso de las
fuerzas de Gamallo, tan poco necesitado en apariencia de la prisa y de la agresividad. Las
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Volverás a Región Juan Benet
acciones de Porticelle, de Nueva Elvira y Bocentellas vinieron a definir las líneas de acción de
una estrategia directa cuyo objetivo no era difícil presumir; a finales de octubre entraba
Gamallo en Bocentellas, un pueblo incendiado entre cuyas ruinas yacían aniquilados los
restos de la vieja columna Theobald, tres docenas de alemanes, centroeuropeos y judíos que,
carentes de munición, optaron por arrojarse en los corrales en llamas antes que entregarse a
los insurrectos. Entonces se puso de manifiesto, en toda su envergadura, el precio que había
de pagar el mando de la 42 por sus indecisiones de la quincena anterior. Porque en cuanto
progresó el ataque en El Puente, al afianzarse la posición en la margen derecha y cortarse en
una longitud de dos kilómetros la carretera de Región, el problema de dónde y cómo y para
qué plantear la defensa afloró con la más imperiosa e ineludible urgencia toda vez que, en
aquellas fechas, después de dos meses de lucha, era fácil suponer adónde conducía la
rendición. Sólo el viejo Constantino -el primero entre los derrotistas que renunció a una
solución pacífica- comprendió que con el grueso de las fuerzas de Gamallo acampadas en la
vega de Nueva Elvira la única salida viable consistía en abandonar la defensa de Región para,
agrupando sus efectivos, tratar de anular la cabeza de puente y recuperar el dominio de la
carretera. En el curso de aquella última y dramática semana de octubre Región quedó
desierta; desierta quedará para siempre, comida por la lepra de los disparos, las cubiertas
agujereadas y las alcantarillas abiertas, el viento que remolinea y susurra por los huecos
abiertos, los lienzos rasgados, las puertas que chirrían en sus goznes y golpean en sus
marcos, incapaces de cerrarse sobre una edad de vergüenza y estupor; hundida en el polvo y
rodeada -como la Nínive de Jonás- del fuego, la ceniza y los pedernales, emblema
desgraciado de aquella voluntad fratricida. También quedó a oscuras, excepto por un
instante en el colofón de la batalla, aislada en aquel sombrío hinterland entre los dos ejércitos
dispuestos a asestarse el golpe mortal y -se diría- sumergiéndose lentamente en las tinieblas
de la historia, rodeada de los fugaces destellos del cañoneo y el parpadeo de los vivacs, como
las luces de los pequeños barcos pesqueros que han abandonado sus faenas para acudir al
punto donde se hunde el coloso. El avance de Gamallo quedó detenido, con la noticia de la
rotura del frente de la 42, cuando sus avanzadas alcanzaron las primeras casas de la margen
izquierda; pero no se decidieron a entrar ni a cruzar siquiera el río mientras en la épave
repentinamente rodeada de sombras, humo y niebla, sonaron los ecos de los combates
callejeros, el ruido seco y espaciado de los pacos y la lánguida respuesta de las ráfagas,
creciendo en su furor hasta el inverosímil diapasón del alarde final de una fiesta pirotécnica
terminada en unas bengalas furtivas, restos chisporroteantes y fumarolas rosas. Sin duda el
viejo Constantino adivinó su pensamiento y quiso anticiparse, en la medida de sus fuerzas:
retiró casi todos los efectivos del pueblo, lo rodeó de un cordón de vigilancia y mediante
esfuerzos recíprocos, trató de lograr la soldadura entre la 42 y los restos de la 17 para
embolsar la guarnición enemiga del Puente, decidido a volver sobre el frente principal una
vez que lograra terminar con la amenaza de su flanco izquierdo. Pero en aquella operación de
alivio los combates en El Puente habían de prolongarse durante veinte días más en los que (a
lo largo de un sinfín de cambios de fortuna) aquella miscelánea landsturm española, formada
por campesinos, muy pocos obreros, viejos anarquistas y gente de doctrina, comunistas de
nuevo cuño, tres o cuatro militares de carrera fieles a la idea republicana y unas quintas de
jóvenes a los que sólo la conscripción fue capaz de sacar de su atonía rural, volvía a
demostrar los mismos vicios y virtudes que en los tiempos de Aníbal y Sertorio: insegura y
violenta, tan indisciplinada en las horas de ardor triunfal como incontrolable en los
momentos de desmayo. Nunca fue otra cosa que una fuerza agresiva lanzada en pos de la
presa pero despectiva a toda previsión, indiferente a los planes y carente en tal medida de
fibra resistente que nunca supo consolidar sus esporádicos triunfos- apenas dispuesta y
preparada para soportar los rigores de la guerre à outrance y, en cuanto su deseo agresivo
quedaba satisfecho, su apetito parecía liberarse de toda intención bélica y no ansiaba sino [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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