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Postráronse los novios a las plantas de cada uno de los ancianos recorriendo de rodillas el
patio; y todos, cuál más, cuál menos, unos con malicia, con ternura otros, graves los unos, los
otros risueños, les iban diciendo sus palabras de consejo, de prudencia y resignación.
Sólo han de vivir felices cuando no se dejen llevar de cuentos  les dijo Coyllor-Zuma
derramando un mar de lágrimas.
Choquehuanka, abrazando con gran ternura a su protegida, ayer fuente de gozo paternal, le
dijo entre sollozos:
 Nunca te quejes de tu marido, hija, ni jamás digas a nadie los secretos de tu casa ni de tu
corazón. Si algo tienes contra tu esposo, cava un agujero hondo en la tierra y deposita allí tu
dolor y luego echa piedra encima, para que ni la hierba nazca...
Así, llenos de filosofía, eran los consejos de los ancianos, y se los daban quedo a los oídos, en
tanto que los mozos, en rueda, sacudían sus tambores y soplaban en sus flautas.
Luego Wata-Wara fuese a instalar en un rincón del patio, frente a su tari, con el rostro cubierto
por el rebozo, y del que únicamente se le veían los ojos, negros, grandes y expresivos. Agiali
penetró bajo la enramada, púsose solo en medio y quedaron los dos frente a frente, mudos,
inmóviles, cual si fuesen de piedra.
Entonces desfilaron los amigos para depositar cada uno su ofrenda nupcial de comestibles en
el tari de las desposadas. Este ponía una bandeja de coca, aquél una palangana de viandas
sabrosas, quien una botella de licor, quien otro una fuente de maíz tostado o cocido. Y así
fueron pasando todos, para congregarse después los jóvenes en torno a la enramada y bailar
alegremente en ruedas distintas dentro del patio o en el campo, pero sin dejar un solo
momento al matrimonio, inmóvil y mudo.
Las danzas se prolongaron toda la tarde: pero al anochecer levantóse Wata-Wara, cogió de su
tari los más sabroso comestibles y corrió a refugiarse al lado de su esposo, bajo la enramada.
Era la señal.
Juntáronse todas las ruedas en el patio. Hombres y mujeres estaban ebrios y bailaban con
creciente animación en medio de gritos jubilosos:
 ¡Huiphala! ¡Huiphalita! ¡Que sean felices los novios!  gritó Tokorcunki quitándose el
sombrero y agitándolo en el aire.
 ¡Huiphala! ¡Huiphalita! ¡Que sean felices! respondieron los demás, batiendo palmas, en
tanto que los mozos bailarines sacudían horrendamente los tambores, levantándolos sobre sus
cabezas y bajándolos hasta el pecho, en rítmico movimiento.
Luego tomáronse de las manos, en pandilla, dieron tres vueltas alrededor de la enramada sin
dejar de gritar y se lanzaron todos al campo, dejando completamente solos a los novios.
 Tengo hambre, ¿y tú?  preguntó el enamorado, poniéndose de pie para desentumecer sus
miembros, adormecidos por cinco horas de inmovilidad.
 Yo también tengo repuso la otra.
Y se pusieron a comer con voracidad escogiendo del montón de comestibles lo que satisfacía
más su gusto.
Cuando hubieron aplacado su apetito cogióla Agiali a su novia por las manos y la condujo a la
alcoba.
Era ya de noche, y a lo lejos se oía ruido de flautas y tambores y los alegres gritos de los
danzantes:
¡Huiphala! ¡ ¡ Huiphalita! !...
Raza de Bronce
LIBRO SEGUNDO
EL YERMO
VII
Choquehuanka se puso la mano horizontalmente extendida sobre los ojos y tras un breve
examen, dijo dirigiéndose a administrador:
 Sí tata; es el patrón.
Troche miró hacia el punto indicado, mas nada pudo distinguir en la llanura tranquila y desierta.
 ¿Dónde? Yo no veo nada.
 Allá, tata; en el confín.
Y extendió el brazo hacia un punto del vasto horizonte, señalando la dirección del blanco
sendero que se perdía en la distancia. Volvió a mirar Troche, y le pareció descubrir en la lejanía
una tenue nube de polvo.
 Pero ¿será él?
 Sí, tata, es él, y viene con otros  dijo uno de los peones jóvenes con seguridad.
Quince minutos después se diseñó en la lejanía la silueta de los viajeros. Eran cinco y sus
cabalgaduras alzaban polvo de la ruta.
Entonces Tokorcunki hizo una señal.
Los colonos recogieron del suelo sus tambores y banderas y alborotadamente lanzaron al aire [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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