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en este caso particular la encontraba aceptable y natural. Esta expresión estaba
frecuentemente en mis labios porque su influencia lo invadía todo, y yo estaba empleado
en el Departamento de Proyecto del Satélite, en el que se interesaba especialmente.
Ese Departamento había realizado ya mucho progreso. El núcleo abandonado por
Hugh se había convertido primeramente en un terminal para la recepción de una serie de
cohetes de construcción y carga. Con tal objeto se había detenido la rotación del núcleo y
reducido el casco a su armazón original. Todos los instrumentos y los componentes del
planeador que eran ya necesariamente superfluos fueron devueltos a la Tierra, y el
Satélite así despojado permaneció para servir los fines de la Sección de Balística.
Teniéndolo continuamente en observación, la Sección de Balística consiguió efectuar
cálculos minuciosamente exactos con objeto de descubrir datos tales como el periodo de
los tránsitos, el radio de la órbita y la forma de su eclipse. Estos cálculos proporcionaron
los datos sobre los cuales se basaron todos los lanzamientos siguientes, y su exactitud
tuvo una influencia muy directa en los mismos problemas de la construcción. Pues se
debe recordar que si bien dos cuerpos que giran en la misma órbita permanecen
estacionarios el uno respecto al otro, los cuerpos que están en órbitas algo diferentes
tienen una tendencia perpetua a separarse. Era por lo tanto cuestión importante que los
cohetes de suministro fuesen proyectados con el mayor grado posible de exactitud, y
Lawrence decidió acertadamente que no se debía regatear el tiempo empleado en
observaciones exactas dcl Núcleo de Macpherson.
La primera etapa en la construcción del T Uno consistía en proporcionar acomodación
habitable para un grupo de cuatro hombres, avanzadilla del grupo mayor de mecánicos
estructurales que serían empleados cuando fuese avanzando el trabajo. Los mecánicos
que trabajaban en este proyecto inicial solamente podían mantenerse en órbita lo que
duraban sus provisiones individuales de oxígeno, y el tiempo era inevitablemente una de
las consideraciones al principio más importantes. No fue sino algunos años más tarde
cuando se perfeccionó el procedimiento para reconstituir los productos de combustión
respiratoria, y en todo caso es dudoso que se hubiese podido emplear un oxigenador en
aquellas primeras etapas, incluso si para aquel tiempo se hubiese podido disponer de uno
de ellos. Con el equipo de que entonces se disponía, un hombre normal podía operar
durante cinco o seis horas sin sufrir ahogo ni lasitud, y como eso correspondía
aproximadamente a la duración de un período medio de trabajo, no se hizo ningún intento
serio para prolongar el período.
La capacidad de trabajo de un individuo había sido enormemente aumentada con la
invención de un traje especial flexible con una pieza visora transparente, si bien resultaba
aún preferible utilizar manos mecánicas en vez de gruesos guantes. Pero era posible
mover libremente los brazos mismos, y, a decir verdad, con menos esfuerzo que sobre la
Tierra, debido a su carencia de peso.
El primer equipo de cuatro fue lanzado desde Lubooga el 21 de septiembre de 2008,
cada uno de ellos en un cohete separado que, juzgado por los "standards"; modernos,
sería considerado como muy pequeño. Cada uno de esos cohetes contenía, en concepto
de cargamento estructural, la cuarta parte de toda la envoltura del nuevo compartimiento
que debía montarse alrededor del Núcleo de Macpherson. El principio según el cual se
habían diseñado aquellas cuatro cuartas partes permitía doblarlas planas; las costillas
eran de una aleación ligera en forma de T, y la cubierta era de nylon especialmente
tratado. Estas secciones tenían que juntarse al núcleo por medio de goznes, de tal
manera que al extenderlas se uniesen formando un espacio en cierto modo semejante a
una linterna japonesa. Naturalmente, yo no estaba entonces en Lubooga (no fui allá sino
dos años más tarde, en 2010), pero no es difícil imaginarse el ambiente de expectación
que debió invadir el lugar en tal ocasión, expectación mezclada de orgullo y ansiedad al
darse cuenta de que se iba a dar un paso trascendental en el camino del destino del
hombre. Sir Hugh, que no se había recuperado aún de los efectos de su terrible prueba,
insistió en hacer el viaje a Lubooga donde, juntamente con Lawrence, fue aclamado una
vez más sobre aquella pista de lanzamiento desde la cual había una vez partido. Resulta
fácil creer que le afectó más aquella bienvenida que las dificultades del viaje, pues se
vieron asomar lágrimas a sus ojos. Era un hombre muy enfermo, pero al mismo tiempo
muy orgulloso, en aquel día que tanto recordaba el de su propia aventura de exploración,
cinco años antes. Nadie mejor que él podía darse cuenta de la amenaza de aquel
fragmento aislado de escoria terrestre, el Núcleo de Macpherson, que se precipitaba
alrededor del globo en amedrentador silencio, girando una y otra vez, monstruo cautivo e
inescrutable que circulaba por su jaula silenciosa.
Y ahora aquellos hombres partían por la misma ruta, esta vez para establecer una
conexión activa y eterna entre el hombre sujeto a la Tierra y sus vecinos planetarios.
Activamente se afanaban en los últimos preparativos necesarios, a la sombra de los
cuatro grandes cohetes que se alzaban dominadores apuntando al pálido azul del cielo,
empequeñeciendo los ocupados grupos que rebullían como hormigas por las plataformas
de lanzamiento. Al cabo de poco rato se elevaron los ascensores llevando cada uno de
ellos un mecánico en un traje espacial que se distinguía claramente en las abiertas jaulas.
Entraron en las cámaras de los cohetes. Los ascensores descendieron y fueron
retirados. Y entonces fue la interminable espera, cuando todo parece haberse detenido
mientras los largos minutos se desarrollaban, vacíos e inútiles. Al fin, sin ninguna
aparente advertencia para los que esperaban, apareció una pequeña llamarada que
creció hasta convertirse en una bocanada atronadora y repentina, mientras uno tras otro,
en segundos sucesivos, los afilados monstruos de aletas se alzaron llevándose sus
humanos cargamentos sobre cuatro pilares cegadores de rugientes llamas.
Cinco horas más tarde Downes les siguió en el transporte. Era éste uno de los cohetes
de tipo retornable, antepasado identificable de uno de los transportadores actuales.
Exteriormente no era sino un proyectil aerodinámico ordinario de tres etapas, que se
lanzaba exactamente de la misma manera que los cohetes estructurales que le habían
precedido. Su vuelo a la órbita estaba controlado automáticamente, y durante el viaje de
ida Downes no tenía mayor responsabilidad en la navegación que los cuatro mecánicos
que le habían precedido. Pero una vez llegado a la órbita, las cosas cambiaban por
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